martes, 28 de octubre de 2014

Tributo a 'Flores en el ático'

Hace unos días escribí que para darle la vuelta a la tortilla había que tener la sartén por el mango, asirla con fuerza y no dejarla llevar. Era otra forma de decir que llevar las riendas de tu vida hace que la dirijas, o al menos la orientes, hacia donde tú decidas. Me pregunto por qué algo que parece tan sencillo puede resultar tan complicado a veces.

Nuestras vidas parecen complejos planes de movilidad, diseñados con sus desvíos, entradas y salidas; enormes y frecuentes rotondas que desaceleran nuestra velocidad o grandes avenidas por las que superamos valientemente la permitida. Perdemos el control y volvemos a recuperarlo secuencialmente, de igual forma que las estaciones se suceden a lo largo de un año de manera ineludible. Tropezar no es necesariamente una consecuencia de calzar 15 centrímetros de aguja ni, por el contrario, mantener el equilibrio es exclusividad de acróbatas y trapecistas. Uno no sabe cuándo ni por qué, pero llega cual movimiento pendular, el yin y el yang, la cara y la cruz, el bien y el mal. Lo que nos diferencia, a nosotros y a nuestras idas y venidas, no es el qué, sino el cómo, que acaba determinando el 'para qué'.

No tengo apellido académico ni estas líneas poseen valor científico. Mi cartera está llena de horas de reflexión contrastadas con experiencias vitales, más reales que realistas, que dan entre otros frutos papiros llenos de tinta, normalmente de color negro. No soy más que una de tantas voces que se escuchan solo a través de las teclas y aún así no se callan. Me permito sentar esta humilde cátedra y dedicarla a quienes como yo, y antes que yo, han decidido coger ese mango de la sartén con todas sus fuerzas con el único propósito de intentar darle la vuelta a la tortilla de los acontecimientos.

Pienso en quien llevo hasta 10 años de delantera, que está pasando por uno de esos caminos abruptos, serpenteantes, llenos de curvas peligrosas que te acercan al precipicio, provocando ese vértigo que te engulle. Pienso en su lucha por regular la marcha para no consumir todo su depósito y poder llegar a buen puerto. En sus ganas de no pisar el freno, de salir rápido hacia adelante, sin importarle cegarse con el reflejo de sol, salga o no por Antequera.

Pienso en mis otras dos que la rodean en edad. Una cuatro sobre el par, otra con la que casi hace birdie. Ambas luchadoras incansables, comensales de vidas con sabor agridulce, guardianas de secretos familiares, fuertes como robles en los que apoyarse, a la vez que flexibles como el tallo de un junco sometido al temporal.

Pienso en el heredero de una fortuna extinta, de una responsabilidad mal interpretada, de frustraciones ajenas. A las pruebas que me remito para tildarle de erudito personaje con el que me río del pasado, mirando de reojo al futuro, mientras el presente nos lo merendamos bañado en chocolate y nata, lo que me recuerda a sus estornudos delatores y la consecuente reprimenda.

Todos nosotros hemos soltado alguna vez ese mango, en ocasiones por falta de fuerza y tantas otras para no quemarnos. Pero tenemos algo en común, un sello marca de la casa que nos distingue, que configura nuestro escudo familiar. No somos altezas pero tenemos esa actitud dispuesta, altiva y retadora. Dejamos de restar los fracasos para sumar los éxitos porque salga cara o cruz, somos de los que recogemos la moneda y la lanzamos al aire con la misma esperanza de acertar el resultado.

Puede que la tortilla todavía no haya dado la vuelta para todos. Puede que unos tengamos mas ganas que otros. Pero de lo que estoy segura, es de que por muy cruda que quiera presentarse la vida, nosotros la pasaremos tantas veces como sea necesrio, hasta que su aspecto mejore y su sabor nos deleite.

Ánimo y fuerza por nuestras venas. ¡Os quiero hermanos míos!